CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Cuando Felipe (ese no es su nombre real por motivos de seguridad y temor a represalias) escuchó por primera vez el nombre de Nu, el banco digital brasileño que presume una cultura joven, diversa y moderna, lo hizo con reserva y escepticismo. No los conocía, pero le ofrecían un sueldo competitivo, home office y un ambiente laboral disruptivo, flexible, fresco. Daniela (cuyo nombre también fue cambiado) pensó que era una oportunidad envidiable.
Ninguno de los dos imaginó que, tras firmar el contrato, comenzarían los peores años de su vida laboral. Lo que prometía ser una experiencia de crecimiento profesional terminó convirtiéndose en un entorno de aislamiento, descalificaciones, homofobia, racismo y violencia institucional. Una bola de nieve que los fue aplastando en silencio y que, incluso, orilló a uno de sus compañeros al intento de suicidio.
Esta es la historia a la que Proceso tuvo acceso y sobre cómo “La Moradita” –presunto emblema del nuevo sistema financiero y reciente beneficiaria de la autorización para operar como banco en México– dejó tras de sí una estela de dolor entre varios de sus extrabajadores mexicanos.
Para quienes vivieron esta experiencia, trabajar en Nu no fue sinónimo de innovación ni diversidad, sino de violencia silenciosa y cotidiana, de un desgaste tal que los llevó a dudar de sí mismos, de sus capacidades, de su valor como profesionales. Es una historia que resuena con lo que miles de mexicanos han enfrentado: entornos tóxicos que, lejos de construir, terminan por quebrar.
“Me despidieron con mi esposa embarazada a mi lado”
En marzo de 2024 Felipe fue despedido por Nu por videollamada. El despido ocurrió en su propia casa, sin previo aviso, y mientras su esposa, embarazada de más de cuatro meses, escuchaba toda la conversación.
“Mi esposa empezó a sentir al bebé patear de la ansiedad. Yo sólo pensaba, no me preocupa que me despidan, me preocupa ella, me preocupa mi hijo. No se vale despedir así a alguien”, recuerda.
Felipe trabajaba en el área de ciberseguridad de Nu como contratista remoto desde Baja California. Había sido contactado por LinkedIn. Su perfil era especializado y contaba con experiencia previa en el sector tecnológico. Pero lo que padeció en esa empresa lo marcaría más allá de lo laboral, lo dejó con una sensación permanente de inseguridad, con secuelas de estrés postraumático y con una desconfianza profunda hacia las nuevas tecnológicas financieras.
“Hoy voy a terapia porque sigo teniendo miedo de que me vuelvan a correr sin razón. Siento que nunca seré suficiente otra vez”, confiesa.
Felipe recuerda su primer día con una mezcla de extrañeza y suspicacia: “Me entregaron una Mac carísima, que ni necesitaba. Pensé, esta empresa tiene dinero de sobra, pero algo no encaja”. Fue el primero de muchos signos.
Aunque fue contratado desde México, Felipe reportaba directamente a jefes en Brasil, asistía a reuniones en portugués, pese a que el idioma oficial de la compañía era el inglés. Él nunca fue integrado realmente al equipo. Desde el inicio lo hicieron sentir ajeno.
“Mandaban mensajes en portugués, bromeaban entre ellos y cuando yo hablaba, la conversación se apagaba”, recuerda. Intentó levantar la voz cuando notó que incluso los entrenamientos sobre microagresiones sólo estaban disponibles en portugués. “Les dije: ‘esto también es violencia’, y me ignoraron”.
El maltrato era constante pero disfrazado. Le criticaban todo, cómo redactaba correos, cómo gestionaba tareas, incluso cómo se comunicaba en las juntas.
“Todo estaba mal para ellos. Pero nunca me decían qué querían. Sólo me corregían como si estorbara”, dijo.
El desprecio se volvió rutina. Aunque Felipe duró casi dos años en Nu, nunca recibió integración ni reconocimiento. Al contrario, vivía evaluaciones negativas y comentarios despectivos mientras sus jefes brasileños se tomaban extensas vacaciones.
“Uno se fue tres meses por paternidad, luego se tomó otros 45 días, después por el carnaval. En total, estuvo fuera casi medio año… y nadie dijo nada. Mientras tanto, yo no tenía jefe, pero sí tenía evaluaciones. Y siempre salía mal”, dijo.
Esa contradicción lo desorientaba
“Si no les servía, ¿por qué me mantenían ahí? ¿Por qué no me corrieron desde el inicio?”. Pero con el tiempo, la pregunta se volvió más dura, más íntima, “¿Y yo por qué aguanté? ¿Por qué seguí soportando ese lugar donde todo lo mío era cuestionado, donde respirar mal era motivo de crítica?”, dijo.
La respuesta era compleja, por el salario, la promesa de futuro, la idea de que algún día lo tomarían en cuenta. Pero también, admite, el miedo a salir. “Cuando pasas tanto tiempo siendo invisible, empiezas a creer que mereces estar ahí”.
El momento que marcó su ruptura con Nu fue una reunión anual donde un colega brasileño dijo, frente a todos: “Brasil no necesita a nadie. Nosotros tenemos todo”. Para Felipe, esa frase resumía la política de exclusión que se vivía a diario. “Nunca me integraron. Sólo me aguantaron, para después deshacerse de mí”.
“Los neobancos son peligrosos porque no están regulados como los bancos tradicionales. Nadie los supervisa, y su cultura tecnológica, dominada por egos y masculinidad tóxica, es un caldo de cultivo para el maltrato”, dice.
Gaslighting, segregación y clasismo desde adentro
Daniela, quien formó parte del equipo que acompañó el proceso para que Nu obtuviera su licencia como Sociedad Financiera Popular (Sofipo), cuenta su historia:
En septiembre de 2022 abordó un avión rumbo a Brasil como parte de un viaje corporativo organizado por Nu. Apenas llevaba unos meses dentro de la empresa, y todo parecía ir bien, ambiente joven, discurso inclusivo, y la promesa de pertenecer a una compañía disruptiva que redefiniría la banca.
Sin embargo, desde ese primer encuentro con los equipos brasileños, notó algo que no ha olvidado, una distancia marcada entre “ellos” y “nosotros”.
“Desde el inicio hubo un recelo evidente hacia el equipo mexicano. Aunque se hablaba de colaboración global, los brasileños siempre nos mantuvieron al margen”, relata en entrevista.